Juntas
“¿Tú quieres que yo te pegue?” La frase salió disparada frente a un ataque furioso de llanto de mi hija. Porque, por más que uno lea, se forme y entienda que la violencia no es la solución, hay algo primitivo que la impulsa como defensa ante lo que pensamos que es un ataque.

¡Claro que no quería que le pegara! ¿Quién desea que lo golpeen, y más si llora porque se siente molesto, frustrado o triste? ¿Quién quiere añadir sufrimiento a su vida en un momento de ansiedad?

Sinceramente, estaba desesperada. La niña lloraba sin parar, con un llanto agudo y penetrante que me hizo perder la calma. No podía apartarme en aquella circunstancia para serenarme, así que el impulso fue soltar la desdichada frase.

Pero en ese momento, la mamá en entrenamiento, la que respeta y busca soluciones, empujó a la instintiva y respondió: “…porque yo no pego. A ti no te voy a pegar. Vamos a ver qué te pasa  y cómo lo resolvemos”, y la abracé (aún mientras seguía llorando como ambulancia).

No pasaron ni 45 segundos cuando la lluvia de lágrimas amainó, limpiamos los mocos de esa carita y ambas estábamos en calma.

Criar respetuosamente no es una actitud imperturbable e irreal. Criar con respeto es una decisión activa, una disposición constante, un estado de alerta  ante miles de situaciones impredecibles que debes resolver sin receta porque no hay un manual de instrucciones.

El logro en este caso no fue hacer que parara el llanto: el logro fue mostrarme a mí misma que hay otros caminos, el logro fue canalizar mi frustración.

Mi hija tiene 20 meses, yo tengo 480, ¿no sería injusto e incoherente pedirle que se comporte cuando yo soy quien debe marcar el camino de paz? Enseñar con el ejemplo es la vía más efectiva para dejar una impronta positiva y duradera: no se abusa del poder, no se ataca al más vulnerable, las emociones se pueden controlar y todo, hijita mía, tiene solución… vamos a buscarla juntas y en calma.