Samanta Villar se estrena en la maternidad generando polémica: a sus 41 años se convierte en madre de mellizos y afirma que tener hijos resta calidad de vida, que no es más feliz que antes y subraya que tomó la decisión engañada pues el discurso dominante refuerza la falsa creencia de que la maternidad es un estado idílico.
Como periodista, Villar ha tenido una carrera brillante. No es mi preferida, pero sus programas cautivan. Más que por simpatía, ese fulgor nace de una buena producción y una cuidada investigación.
Y es justo eso lo que me ha causado tanto ruido sobre sus declaraciones: ¿a quién le preguntó sobre maternidad? ¿Nadie le dijo que sería duro? O la muestra era reducida y poco representativa, lo que sería un error en su investigación, o no hizo las preguntas adecuadas. Fallar en esas tareas en un proyecto tan importante -porque es un proyecto de vida- es casi trágico.
En realidad, no me lo creo. Incluso sin preguntarlo, las embarazadas escuchan “duerme ahora, que lo vas a necesitar” a la par de las felicitaciones por su estado. No, a la par no: las advertencias superan a las felicitaciones.
Coincido con Villar en que la maternidad no debe ser vista como “el último peldaño en la pirámide de la felicidad de una mujer”: no es lo que completa tu felicidad, sencillamente es una faceta que te brinda otro tipo de felicidad. No es imprescindible, pero es una opción que muchas asumimos gustosas (y qué bien que sea así, porque sino hace rato que la historia de la Humanidad hubiera tenido punto final).
Tengo amigas que son mujeres plenas, felices, realizadas… que han decidido no ser madres. Y estoy segura de que si hubieran cedido a la presión social y hubieran traído hijos al mundo, no la pasarían bien. Su felicidad no está allí y admiro su coraje para asumirlo y respetarse a sí mismas, por encima de cualquier convención social. Eso, para mí, no tiene discusión.
¿Que tu experiencia ha sido poco satisfactoria? ¿Que te hiciste una idea equivocada? Válido, lo que no lo es tanto es el ardid bajo el cual le echas la culpa a otro: a la sociedad, a la historia o a las madres que sí disfrutan plenamente (y que no te engañan sino que cuentan, como tú, su testimonio).
Ya otras voces lo han dicho de manera más hermosa, precisa o jocosa:
¿Se pierde calidad de vida al tener hijos?