“Cuando yo tenga hijos…” (y otras fantasías de tus amigos que aún no los tienen)
“Cuando yo tenga hijos…” Así empiezan las conversaciones más raras e incómodas que a veces se dan entre quienes tienen y quienes no tienen hijos aún. Una cosa es la teoría y otra, definitivamente, la práctica.
No creo que lo hagan con mala intención, pero a veces las personas que no tienen niños caen en la trampa de pensar que esto es un paseo. La crianza no es idílica… es divertida, es caótica, es retadora, pero sobre todo es complicada.
Personalmente creo que eso es lo más maravilloso del proceso: criando a tus hijos te reinventas, cultivas la paciencia, aprendes flexibilidad y, en muchos casos, se te bajan los humos… ¿quién no se siente más terrenal teniendo que limpiar caca varias veces al día?
Los niños tienen capacidad de atención limitada y no puedes entretenerlos por mucho tiempo. Los niños gritan, no saben regular su tono de voz. Los niños pierden y rompen cosas, incluso algunas muy valiosas. No se quedan quietos. Y son dramáticos. Eso, para empezar. Podría hacer una lista interminable, pero con basta con este abrebocas para ver el panorama: criar es difícil.
No resulta sencillo mantener la casa como una tacita de plata, cocinar platillos de autor (a veces resuelves la cena con lo más sencillo, aunque repitas el menú), no queda mucho tiempo libre para los intereses personales y, aunque cueste decirlo en voz alta, hay momentos en los que quisieras salir corriendo. Amas a tus hijos, sí, pero hay instantes en los que necesitas alejarte… y muchas veces no puedes. Y son esos instantes (frecuentes, por demás) los que hacen que tu humor sea fluctuante y tus ojeras pronunciadas. Pero, repito, son instantes *pasajeros*.
Uno se ayuda con teorías de especialistas, con lecturas, con experiencias de otros padres… pero no hay garantías. Y a veces tu hijo hace un berrinche en medio del supermercado, o comienza a dar carreras en una sala de espera, grita en medio de un acto solemne o rompe el adornito de la abuela. Y no, a los papás no nos gustan los berrinches, nunca nos acostumbramos a llantos con tono de ambulancia, no estamos a gusto teniendo que ir como pulpos cargando mil paquetes y bolsos… pero esto es así. Es temporal, necesario y a veces inevitable.
Respetar los ritmos evolutivos de nuestros hijos es una de las lecciones más duras que trae el paquete de responsabilidades de la crianza. Claro que todos (especialmente las mamás) queremos hijos impecables, que se porten como niños modelo y lucir fantásticas, con tiempo para el gimnasio, rutinas de belleza y para cultivar el romance en la pareja… y a veces, en casos especiales, se logra. El resto de las veces, aprendemos a ser pacientes y a optimizar el uso del poco tiempo libre, estableciendo prioridades. Si algo no se logra, quedará para la próxima… porque muchas de esas cosas se pueden postergar, pero las necesidades físicas, emocionales, cognitivas y hasta espirituales de tus hijos no. Un hijo es un aquí y ahora constante. Maravilloso y exigente labor, pero impredecible y bastante alejada de las teorías.