Desde hace un tiempo he estado viendo la serie How I met your mother. No sólo me parece muy graciosa (a excepción de la quinta temporada, que fue floja y hasta sin chiste), sino que me ha puesto a pensar en muchas cosas de mi propia vida. De alguna manera siempre se encuentra un programa de televisión que parece estar en basado en uno: tus rollos, tus preocupaciones y, más que todo, tus aspiraciones. Porque lo mejor del sitcom es que le da la vuelta simpática lo que uno (en carne propia) sufre como un problemón…y porque además, los problemas de televisión siempre son tan cómodos que uno sueña con tenerlos.

¿Quién no recuerda Friends? Cada episodio mostraba un problema, cierto, pero mientras lo resolvían, casi todos siempre tenían empleo, dinero, casa, un lugar de encuentro cool, un horario imposible (¿cómo pasaban tanto tiempo juntos si tenían que trabajar y hacer compras, como uno?),  el peinado perfecto y se movían de un sitio a otro (con o sin carro) en tiempo récord, apenas con los atascos de tráfico que el guión necesitaba de vez en cuando.

Pero más que quejarme de la dinámica de las historias de ficción (lo “ideal” no es exclusivo del sitcom: ¡la ficción tiene un argumento donde todo engrana, a diferencia de la vida real!), lo que más me ha llamado la atención de esta serie es que me ha hecho pensar en el apego a ciertas ciudades. Parte del éxito de muchos series es convertir a la ciudad en un protagonista más: Sex and the City, Seinfeld, Haven, todas las franquicias de CSI, Cold Case… ¡y hasta Eerie Indiana! Y como televidente: ¡te enamoras de cada ciudad!

Hay gente que, después de un temporada de su serie favorita, sueña con irse a vivir a otra parte, pensando que su suerte será como la de sus personajes de fantasía (cosa que no esta nada mal), y acto seguido comienzan a despotricar de su ciudad: que si es muy sucia, que si no hay oportunidades, que no hay para dónde salir, que la gente es… En fin, ya sabemos todos cómo termina esto.

Yo lo reconozco: con todo su desorden, con toda su decadencia (más bien, a pesar de ella), con toda su estridencia…a mí me gusta Caracas. Me reconcilio con ella cada vez que puedo. La redescubro en la medida en que la vida me lo permite. La vivo. Y me siento orgullosa de ser caraqueña.

Por eso la defiendo. En esta ciudad pasan miles de cosas todos los días: a vuelo de pájaro puedes encontrar más de 15 sitios para practicar yoga, sitios para comer sushi, temakerías (bueno, una, pero hay), escuelas de baile, bodegones, licorerías de alta y bajísima gama, abastos, tiendas de coleccionistas, museos, cafés y unas panaderías maravillosas. Aquí puedes estudiar para ser chef, panadero, arquitecto, policía, abogado o publicista. Aquí hay universidades hermosas y horrendas, grandes y chiquitas, públicas y privadas.  Y para mí están los mejores amigos del mundo (que los sumo a la lista de los que se me fueron pero que, no importa lo que pase, seguirán siendo caraqueños).

¿Lo malo? Lista fea y corta: la violencia (inseguridad personal por el hampa organizada o desorganizada, da lo mismo), el deterioro de los servicios públicos (como el transporte), las interminables colas (en el carro, a pie, para todo pues) y la inflación (en especial para adquirir/alquilar vivienda). Un coctel satánico, ¿no? Pero uno sobrevive, se hace fuerte y también, seamos honestos, se hace sensible a la belleza que le falta. Eso, así somos los caraqueños.

Todo este blablabla viene a cuento porque en un episodio de HIMYM , el grupo de amigos hace una lista de lo que te hacer un verdadero neoyorquino:

  • haber visto a Woody Allen en alguna parte (es más: en más de una, en todas, lo que hace que deje de emocionarte).
  • robarle el taxi a alguien que lo necesite más que tú.
  • llorar en el Metro sin que te importe lo que piense la gente.
  • haber matado una cucaracha con la mano.

Entonces, por simple asociación de ideas, terminé por preguntarme: ¿qué te hace un verdadero caraqueño? ¿qué lista de cosas por hacer te impiden sentirte de esta ciudad?

La primera, para mí, es haber terminado una fiesta en una arepera. Así de simple. Pero después me fui quedando corta de ideas pues muchas eran tan genéricas que podrían describir a un caraqueño o a un bogotano. ¿Me ayudas a construir la lista?

(*) Esta publicación excede los 1000 caracteres pues originalmente no fue escrita ara este espacio,